Querido Juan, este post no quisiera haberlo escrito nunca en estas circunstancias pero el viernes nos dejaste y aún mi corazón sufre un dolor que me resulta difícil describir. Si cerramos los ojos, a todos nos vienen a la cabeza personas que son y han sido vitales en nuestras vidas y a las que debemos gran parte de los que somos y seremos. Tú eres una de esas pocas que rondan siempre en mi cabeza cada vez que cierro los ojos.
Me siento pleno cuando puedo decir que, a lo largo de nuestra vida juntos, he podido mostrarte todo mi agradecimiento y decirte en muchas ocasiones todo lo que te quiero. Posiblemente sea lo único a lo que me aferro para encontrar consuelo en estos momentos en los que aún no doy crédito a que ya no te veré.
Aunque hoy mi sentimiento es de profundo vacío por el hueco que dejas, sé que es todo lo contrario. Lo que nos dejas es un espacio lleno de aprendizajes, de momentos en los que hemos gozado y disfrutado contigo.
Ha valido la pena. Tu vida ha merecido muchísimo ser vivida y me siento eternamente afortunado de haber podido compartir un pedacito de ella. Y ha merecido la pena por todo lo que nos has hecho aprender. Quiero decírtelo una y mil veces más, pero hoy quiero que lo sepan todos los que comparten este blog, aunque siempre te incomodara que te elogiáramos en público.
Contigo he aprendido el sentido de la palabra humanidad. Si algo te ha caracterizado siempre, ha sido el valor que le has dado a las personas. Nos has hecho importantes a todos. Nos has entregado tu tiempo con generosidad, cariño y respeto.
Contigo he aprendido que para crecer es imprescindible despojarse de todo ego. Esa lección la he aprendido cada minuto que he compartido a tu lado. Tú eras de “poco enseñar” pero viéndote hacer, todos éramos capaces de aprender muchísimo si manteníamos los ojos despiertos. Tu humildad era verdadera, no esa falsa modestia de la que hacen gala los vanidosos.
Contigo he aprendido que generar confianza es mantener el equilibrio entre asumir la propia responsabilidad y saber que alguien te acompaña siempre. Tú SIEMPRE estabas y animabas a que peleáramos por nosotros mismos todo aquello que anhelábamos. Y ese fue tu secreto para conseguir que nos comprometiéramos cuando era necesario. Cuántas veces habrás escuchado eso de que “por Juan hacemos lo que haga falta”. Incluso sin necesidad de cuestionárnoslo. Era por ese motivo. Si nos lo pedías, todos sabíamos que era una oportunidad de devolverte un pedacito de lo que a diario nos dabas. Tú construiste tu mundo en base a la confianza y esa fórmula secreta no la tiene cualquiera.
Por eso sé que tu esencia se va a mantener en mí toda la vida que me haya sido concedida. La esencia es innegociable, es lo que nos hace auténticos y es lo que debemos defender a cualquier precio.
Me sentiré muy solo cuando salga a correr y no estés a mi lado. Eso si que no te lo perdono.
Espero que cuando yo me vaya, puedan decir que mi vida también mereció la pena haber sido vivida.