Son muchos los atributos que necesita entrenar un líder para dar respuesta a las necesidades de sus equipos. Responsabilidad, agilidad, consistencia, servicio, empatía, osadía, etc. Atributos todos ellos muy necesarios para navegar en las turbulentas aguas de los entornos tan cambiantes e impredecibles como lo son los escenarios en los que vivimos.
Sin embargo hay un elemento que no se ve ni se verá nunca afectado por ningún contexto sea complejo o sencillo: La puntualidad.
El liderazgo exige puntualidad. Pero no para llegar a tiempo sino para saber irse en el momento adecuado. Siempre defenderé que el liderazgo es un ejercicio de desapego. Parafraseando a Humberto Maturana cuando reclama que amar es dejar aparecer, liderar es dejar aparecer a otros líderes que nos harán mejores y nos adelantarán por la derecha.
Para dejar aparecer es imprescindible saber retirarse a tiempo. Pero retirarse no es desaparecer ni abandonar, sino ocupar un nuevo espacio que no obstaculice la inevitable llegada de quienes necesitan espacio para desarrollarse. Muchos líderes, grandes lideres y desconocidos en muchos casos cometen el error humano de no anticipar la puntualidad de su marcha. Es humano y es entendible. No es sencillo para nadie que durante muchos años haya llevado las riendas de proyectos profesionales y que, llegado el momento, sea capaz de entender la necesidad de dar el paso a un lado para no taponar el desarrollo de otros. Es una ley natural contra la que poco o nada se puede hacer.
Ser impuntual a la hora de marcharse puede enturbiar el buen hacer de muchos líderes. Un buen ejemplo de esto es el caso de aquellos deportistas que saben cuándo es el momento de bajarse de la alta competición y lo hacen a tiempo para que no sea la propia naturaleza quien se encargue de hacerlo.
Un paso a un lado requiere más valentía que un paso adelante.
Desde el mismo momento que lideras o que educas es necesario entender que la cuerda con la que sostienes debe ir convirtiéndose en hilo, que cada día es más liviano y que se rompe de manera natural y sin apenas esfuerzo, para que todo lo que has ayudado a construir siga su camino sin ti. La puntualidad para irse es una puntualidad que desborda generosidad y humildad auténtica. Por ese motivo el liderazgo es un bien tan preciado.
Los buenos líderes entienden que su papel no consiste en gestionar personas sino más bien en gestionar lo que hacen las personas. Cuando gestionamos personas, ¿no les estamos quitando algo de su libertad? ¿no les robamos algo de su capacidad para desarrollarse?
Tener claro que es necesario ser puntual para marcharse evita que te apoderes de proyectos, que los personalices y que te sientas imprescindible. Tan solo consiste en dejar la camiseta de tu equipo en mejor lugar de como te la encontraste. Los líderes puntuales saben que los proyectos les hacen crecer y mejorar y que todo es pasajero. Incluso ellos. Especialmente ellos. Porque esto les hace vivir con cargas más livianas, responsabilizarse de lo que les corresponde pero no de más. Porque cuando te haces cargo de lo que corresponde a otros no estás liderando bien, ya que terminas agrediendo el talento y el potencial liderazgo de otros.
Un paso a un lado requiere más valentía que un paso adelante.