(breves extractos del discurso en el homenaje a Juan Ignacio Mayorga)
“Uno de los mayores padecimientos del ser humano es no ser nada para nadie”. Estas palabras de la madre Teresa de Calcuta cobran sentido hoy en día cuando hablamos de liderazgo
Se nos llena la boca cuando hablamos de líderes y de liderazgo y se nos olvida con demasiada facilidad que no existen lideres sin personas. Las personas están por delante de los líderes, la humanidad es una clave del liderazgo.
No existe una acepción más precisa para el liderazgo que la humanidad. De nada sirve influir en los demás, si no se hace desde la profunda convicción de que la persona es un diamante en bruto que necesita ser pulido.
Un liderazgo humanizador siempre estará relacionado con el deseo de anteponer a las personas frente a la tiranía de los resultados. Para enarbolar la bandera de lo humano se necesita una sensibilidad fuera de lo normal, terreno exclusivo de unos pocos que decidieron apostar por las personas.
El liderazgo humanizador nos enseña que, para transformarnos, es imprescindible despojarse de todo ego. Que el ego acorta la mirada y es un lastre que antes o después, pasa factura a quien no deja de alimentarlo.
Entender la visión humanista de la vida nos convierte en artesanos de nuestro propio talento y el de nuestros aprendices. “AGUARDA Y CONFIA”, aguarda con paciencia la llegada de la mejora y confía porque es la única manera de aguardar con paciencia.
Que lo importante no es el resultado sino cómo cada uno nos transformamos mientras perseguimos nuestros sueños. Que la excelencia está en el camino, nunca en la meta. Que la excelencia está en saber disfrutar de cada pequeña cosa.
Que la excelencia está en ser capaz de promover la curiosidad insaciable, el deseo constante de mejorar siendo conscientes de que la excelencia no es un acto, es un hábito, es el fruto de lo que hacemos cada día.