“La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días”.
La felicidad siempre la he concebido como una actitud frente a la vida, como una mirada particular frente a las cosas que nos ocurren y que no elegimos. Nada tiene que ver la felicidad con los momentos de euforia y de climax emocional que pueden ser provocados por situaciones puntuales que vivimos de cuando en cuando.
La felicidad, al ser una actitud, es evidente que se puede entrenar. Siendo esta una gran noticia, cuanto nos cuesta sentir esa sensación a lo largo de nuestra vida. ¿A que se debe?. En gran medida a que no entrenamos lo suficiente ni de manera apropiada la actitud para comportarnos felizmente.
Nadie duda que un gran deportista sea capaz llegar a lo más alto de su desempeño deportivo sin antes haber entrenado hasta la extenuación. Para estar preparado en el momento adecuado y demostrar todo lo aprendido cuando llega la hora de competir es necesario entrenar. Pues con la felicidad pasa algo muy parecido. ¿Cómo podemos pretender ser felices si no hemos entrenado para ello?, ¿cómo podemos esperar que “cambie nuestra suerte” si no nos hemos preparado a conciencia para ello?.
“Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas”.
Si queremos que un joven sea capaz de comunicarse correctamente y de defender asertivamente aquello que quiere, ¿no deberíamos ayudarle a que lo entrene desde pequeño? Es estéril exigirle esto si antes no le hemos dado las herramientas adecuadas para ello. Si no le hemos ayudado a comunicarse correctamente desde niño no podemos esperar que por “arte divino” sea capaz de comunicarse correctamente cuando llegue a la vida adulta.
Pues como con cualquier otra competencia (y la felicidad lo es) el entrenamiento es vital.
– Ayúdale a tomar decisiones y a sentirse responsable de ellas. Cada vez que un adulto le niega la posibilidad de tomar decisiones a un niño, le esta incapacitando para que las tome de manera natural. Y lógicamente esto resta capacidad al niño y le convierte en un adulto victimizado.
– Ayúdale a dar más valor a lo positivo que a lo negativo. La felicidad no la va a encontrar nunca en loa aspectos negativos de las cosas. Dar valor a lo positivo es aumentar la probabilidad de encontrar soluciones a las dificultades. Dar valor a lo negativo es dar alimento a los problemas.
– Ayúdale a entender que su lenguaje le abre o cierra posibilidades. Esto es mucho más fácil si tu lenguaje no esconde juicios ni etiquetas sobre él o ella.
– Ayúdale a darse cuenta que lo importante reside en el camino y no en la meta. Que la felicidad consiste en la manera en la que nuestra actitud enfrenta las dificultades.
– Ayúdale a conocerse cada día un poco más. No conocerás personas felices que no se hayan conocido antes.
– Ayúdale a entender que la felicidad se aprende con otras personas felices y se entrega a quien más lo necesite.
“He cometido el peor pecado que uno puede cometer. No he sido feliz”.
Y si uno deja de entrenar un día lo nota, si deja de entrenar una semana sus conocidos lo notarán pero si deja entrenar un mes lo notará todo el mundo. Y hablo de la felicidad.