Esta semana os invito a hacer un punto y seguido, o como escucho últimamente, hagamos un punto de situación. Cuando revisamos el camino recorrido hasta el momento y tratamos de analizar cada uno de los aprendizajes que hemos ido integrando, puede resultar interesante reflexionar sobre cuantos tópicos, creencias y paradigmas hemos cambiado y que nos han abierto nuevas ventanas llenas de perspectivas enriquecidas de la vida que vivimos.
Immanuel Kant ya nos daba pistas sobre el proceso de crecimiento personal cuando hablaba de que la inteligencia de un individuo se evaluaba por la cantidad de incertidumbre que era capaz de soportar. Y es que aprender no es otra cosa que ser capaz de afrontar nuestros miedos de la mejor manera posible con los recursos que disponemos en ese momento. Y a la vez enriquecer nuestros recursos aprendiendo de cada situación incierta.
El cambio y el aprendizaje están más asociados con la voluntad que con la edad. La edad no asegura experiencia alguna y ni siquiera la experiencia asegura aprendizaje. Por el hecho de vivir determinadas experiencias no está asegurado el hecho de sacar provecho a lo vivido. Y se puede aprender mucho sin haber vivido determinadas experiencias. Solo el hecho de investigar e interiorizar las experiencias vividas por otros nos permite aprender de ellas y mejorar. Os recomiendo revisar Invictus y las lecciones que Mandela aprende de aquellos que le inspiraron. No solo aprendió d elo vivido, también lo hizo de lo vivido por otros.
José Antonio Marina, al que cito con frecuencia en este blog, en su libro Aprender a vivir, reflexiona sobre el hecho de que “el error siempre será una mala consecuencia de un derecho pero no un derecho en si mismo”. El derecho que tenemos es el de la elección pero no existe el derecho a equivocarse. A mi esto del derecho a equivocarme cada día me resuena más a una excusa que nos aleja de nuestra verdadera responsabilidad a la hora de tomar decisiones. Si no tomamos decisiones es seguro que no aprenderemos absolutamente nada. Y no tomamos decisiones por el miedo a hacernos responsables de ellas.
Un pensamiento que me encanta lo leí de Daniel Goleman, que opina que la risa es la distancia mas corta entre dos cerebros. Si bien es verdad que no nos pagan por sonreír tampoco lo hacen por ser rancios. Y si cuesta lo mismo (es decir, nada) una cosa como la otra, ¿qué nos lleva a volvernos grises?
Últimamente en las formaciones que imparto suelo invitar a mis alumnos a escribir una carta de agradecimiento a alguien que reconozcan como mentor en sus vidas. Les pido que le agradezcan cinco o seis cosas que esta persona hiciera por ellos y que les supuso en su día un salto de calidad en sus vidas. ¿Y sabéis que descubren siempre? Que todo lo que hicieron esas personas no costaba dinero. La confianza, la presencia, la escucha, el apoyo incondicional y tantas y tantas cosas importantes que resultan tan evidentes y esenciales que, como decía Saint-Exupery, son invisibles para los ojos.