No encontrar la motivación para hacer las cosas suele ser una excusa barata y sin fundamento para caer en el victimismo más simplón.
En el deporte como en cualquier otro ámbito de la vida, después de una dura derrota es imprescindible asimilar, aceptar, digerir y metabolizar la situación incómoda que provoca, para después ponerse en marcha con renovada energía.
Esperar a estar motivado para hacer las cosas es un error de principiante. Lo importante consiste en ponerse a hacer las cosas que hay que hacer para encontrar los motivos.
No todos los días estoy motivado para hacer mi trabajo. Y sin embargo lo hago. Básicamente porque recurro a mi fuerza de voluntad para que lo que tengo que hacer sea una realidad.
No estar motivado no es igual a estar desmotivado. Tan solo es no tener en ese momento un motivo. Y nada mejor que salir a buscarlo.
No es casual que motivación provenga del verbo movere que nos anima a romper la inercia y buscar para encontrar.
Un movimiento apoyado en el esfuerzo sostenido y en la responsabilidad individual.
Si mi madre hubiera necesitado estar motivada para prepararnos la comida cada vez que volvíamos del colegio, creo que hubiéramos comido muy pocas veces. Sin embargo siempre encontramos la comida caliente al regresar a casa.
Todo aquel que no entienda esto lo tiene tan sencillo como preguntar a sus mayores acerca de esta distinción.
Movimiento inteligente, enfocado en lo que controlas, aceptando la complejidad del entorno, que estará lleno de derrotas de donde poder extraer conclusiones y lecciones para aprender. Pero siempre en movimiento. Más lento o más rápido, más recto o más turbulento, pero siempre en movimiento.