“La mayoría de las empresas emplean a personas inteligentes en puestos de trabajo estúpidos”
Mats Alvesson, profesor en la Universidad de Lund, y André Spicer, profesor de Comportamiento Organizacional en la Cass Business School, son los autores de un ensayo titulado The Stupidity Paradox en el que ponen muy en entredicho algunas de las “grandes nuevas verdades de las organizaciones”. Han tratado de demostrar con evidencias la irrealidad de lo que muchas organizaciones proclaman en relación al liderazgo emocional y a los equipos inteligentes y creativos. Y no es que no sean verdaderas o falsas esas afirmaciones sino que no suceden en la realidad.
La estupidez funcional “consiste en promover la falta de justificación y de explicación respecto de las decisiones tomadas, eliminando toda reflexividad y obviando los razonamientos de fondo”
Esta manera de actuar suele consistir en abordar sin reflexión situaciones cotidianas, que tranquilizan a quienes las toman pero que, al acumularse en el medio y largo plazo, derivan en una catástrofe organizacional.
Y la verdad es que muchas organizaciones no apuestan realmente por la responsabilidad de sus trabajadores. Básicamente porque las personas responsables tienen la tendencia a pensar por si mismas y no ser dóciles. Reflexionar colectivamente, preguntar en lugar de ordenar y tomar decisiones de manera reflexiva lleva mucho más tiempo y hace más lentas a las organizaciones. Y ser “lentos” en un entorno donde no hay tiempo no es una formula del agrado de muchas compañías. Desgraciadamente esta fórmula de la inmediatez trae consecuencias muy negativas en el largo plazo.
Muchos de los profesionales muy cualificados y que se han preparado a conciencia terminan realizando tareas burocráticas y sin ningún tipo de valor. Es un taylorismo moderno disfrazado con una nueva jerga empresarial llena de palabras vacías, con altas dosis de incoherencia entre lo que se proclama y lo que realmente sucede.
La estupidez funcional reside en decir lo que tu jefe espera escuchar. Lo mismo que tu jefe hace con su jefe y así sucesivamente. Es algo que recuerda al precioso cuento de El traje nuevo del Emperador.
Muchas de estas empresas, según sus autores, ponen mucho más énfasis en lucir bien su envoltorio que hacer bien lo que tienen que hacer. Y esto se traslada de igual manera a muchos profesionales obsesionados por tener cada vez mejor imagen, desatendiendo el hecho de ser cada vez mejores profesionales. Estamos en medio de una vorágine de narcisismo organizacional y personal etiquetada a modo de branding y marca personal.
Se apuesta cada vez más por dar una imagen de empresas SMART, creativas e innovadoras y se desatiende el hecho de ayudar a las personas a hacer bien sus trabajos. Una vez más se antepone el continente al contenido. No es otra cosa que la expresión de una sociedad cada vez más expuesta a la «idiotización» colectiva.
Una de las grandes paradojas que exponen estos autores es el hecho de que en un mundo tan global los profesionales viven en “universos profesionales muy estrechos” generando relaciones con personas que habitan en esos mismos universos angostos que les hacen tener una “visión de túnel” muy limitada llevándoles a ignorar todo lo periférico.
Y es que durante varias décadas las investigaciones de muchos psicólogos cognitivos han puesto en evidencia que tendemos a tomar decisiones importantes de manera precipitada y nos pasamos el resto de la vida buscando y encontrando justificaciones para reforzar esas decisiones tomadas.
Los entornos en los que los algoritmos van a apoderarse de mucha toma de decisiones, se va a hacer imprescindible que las personas empecemos a hacernos grandes preguntas difíciles, a cuestionar antes de abrazar una idea, aunque sea incomodo y más lento todo. Porque, ¿quién dijo que las mejores cosas suceden rápido?