Corría el año 1980 cuando Abbie Conant presentó 11 solicitudes a vacantes en orquestas de toda Europa para ocupar un puesto como primer trombón. La Filarmónica de Munich accedió a escucharla junto a otros 30 aspirantes en una audición a ciegas debido a que otro de los candidatos era hijo de un miembro de la orquesta. Fue seleccionada por error ya que se pensaba que Conant era un hombre. Tan solo necesitaron escasos segundos para darse cuenta que era la persona que buscaban. De lo que no se percataron es de que habían elegido a una mujer. La tradición siempre había mostrado la incapacidad de una mujer para poder ser primer trombón de una prestigiosa orquesta. Además el trombón ha sido considerado un instrumento masculino por naturaleza, utilizado por las bandas militares. Aunque accedieron a contratar a Conant, solo tardó un año en ser degradada a segundo trombón. No se amedrentó frente a las acusaciones que el director de la orquesta vertía sobre ella acerca de su insuficiente capacidad pulmonar y fuerza física para tocar. Tardó ocho años en recuperar su puesto, teniendo que demostrar que su capacidad pulmonar era muy superior a la media de los varones.
El asociacionismo de los músicos permitió que se realizaran las audiciones de una manera más justa sin que fuera el director de orquesta quien tuviera el poder único de decisión, sino que fuese un tribunal de expertos quien seleccionara, bajo unas estrictas normas de anonimato de los candidatos y sin poder ver a los mismos durante las audiencias. ¿Qué ha sucedido? Pues que en los últimos treinta años se ha multiplicado por cinco el número de mujeres que forman parte de las principales orquestas del mundo.
Malcom Gladwell también cuenta el caso de Sylvia Alimena en su libro Inteligencia Intuitiva, quien optó por la trompa, otro instrumento “masculino” no hubiera tenido la más mínima posibilidad de pertenecer a la Orquesta Sinfónica Nacional de Washington D.C. si no se hubiera instaurado el sistema de cortinillas en las audiciones. Su escaso metro y medio de altura habría condicionado en gran medida al tribunal a la hora de seleccionarla al valorar su gran potencia para tocar este instrumento musical. De haberla visto con anterioridad, lo que sus ojos veían condicionaría en gran medida lo que sus oídos podían llegar a escuchar.
Lo que uno ve condiciona en gran medida lo que escucha.
Aunque nos consideremos expertos que tan solo necesitamos unos segundos para valorar si algo es lo que buscamos o no, estamos tremendamente condicionados por lo que nuestros ojos ven, llenos de prejuicios y de las limitaciones impuestas por nuestras creencias en relación a la manera en la que estereotipamos a las personas.
Esto explica por qué muchos estudios demuestran cómo las personas altas tienen más posibilidad de tener mejores sueldos, los guapos y guapas están mejor valorados, etc. Sin embargo una escucha verdadera de las capacidades de las personas y de sus talentos requiere que nos liberemos de los prejuicios y nos abramos a la escucha plena. Son demasiados los estímulos visuales a los que somos sometidos y que condicionan no solo la percepción de la valía de los demás sino que afectan en gran medida a nuestro propio autoconcepto y a la capacidad que percibimos en nosotros a la hora de creer que podemos alcanzar nuestros objetivos. Escuchar y escucharnos con los ojos cerrados puede ser un buen entrenamiento para eliminar los ruidos externos y llegar a conectar con el sonido verdadero.