Este pasado viernes compartí una conversación con mi amiga Marta. No entendía por qué algunas personas veían ciertas cosas de manera tan diferente a como ella las veía. Esto me recordó un antiguo cuento escrito por José Luis Borges acerca de un emperador tan orgulloso de sus territorios que ordenó elaborar un mapa cartográfico que no aceptara ninguna reducción. Sus vasallos debían entregarle un mapa a escala 1:1 tan grande como sus propios dominios. El mapa que le entregaron era tan fielmente exacto a su territorio como inútil.
Este cuento nos describe como la propia inexactitud de un mapa es lo que le permite ser útil a quien lo utiliza.
Así funciona nuestro cerebro y así interpretamos el mundo, nuestro mundo. Las cosas no son como son sino que son como somos. Cada uno de nosotros construimos el mapa de la realidad que observamos y no deja de ser más que una reducción orientada hacia un propósito determinado, tal y como dice Fredy Kofman en su libro Metamanagent.
Estos mapas, que nuestro cerebro elabora, se construyen de manera que solo permite integrar dentro de él aquellos aspectos de la realidad que son importantes para nosotros. ¿Y cuáles son? Nuestro mapa depende de nuestra biología, nuestra cultura, nuestras experiencias, nuestras creencias y nuestros valores. Según cuáles sean estos así elaboraremos nuestro mapa.
El caso es que cada uno de nosotros nos movemos por el mundo utilizando nuestro mapa. Cuando interactuamos con otras personas lo que estamos haciendo es contrastar nuestro mapa con el del “vecino”. Si somos inteligentes seremos capaces de enriquecer nuestro mapa compartiendo la perspectiva que el otro tiene de la realidad. Si queremos, podemos enriquecer nuestro mapa con el simple hecho de dar validez al mapa del otro.
Desgraciadamente en muchas ocasiones lo que hacemos es creer que nuestro mapa es el territorio y que los demás tienen mapas equivocados. Aquí comienzan todos nuestros problemas. Con estas actitudes lo único que hacemos es empobrecer el mapa que nos sirve de guía y acelerar su fecha de caducidad.
Precisamente la inexactitud de nuestro mapa es lo que nos permite aprender y desarrollarnos. Las personas que piensan que la vida es tal y como ellos la ven son los que no sienten la necesidad de aprender y por lo tanto, inconscientemente, se rinden. Nuestro cerebro comienza a morir en el mismo momento en el que decidimos rendirnos. El cerebro respeta la ley de que “todo lo que no se usa desaparece” y cuando nos “rendimos” se comienzan a destruir conexiones sinápticas y nuestro cerebro comienza lentamente una muerte progresiva.
Y el problema no es solo ese. Además, cuando dejamos de aprender porque consideramos que nuestro mapa es perfecto, dejamos de adaptarnos a los constantes cambios que se producen a nuestro alrededor. Y si no somos capaces de tener una tasa de adaptación superior al medio entonces….desaparecemos.
La única manera de sobrevivir es continuar aprendiendo. Y además no olvides que aprender es divertido…aunque duela.