Hablando con un joven adolescente que en breve debe elegir una carrera a la que apostar su futuro, volví a tomar conciencia del papel que juega la educación en el desarrollo de cada uno de nosotros.
Este joven, como tantos otros, se debate entre la eterna duda del quiero y del debo. No es fruto de la casualidad que apenas unas horas antes estuviera leyendo un artículo en el que Valentín Fuster, cardiólogo y director del CNIC, reflexionaba sobre la educación, a la que compara con el combustible que lo mueve todo. Y estoy plenamente de acuerdo con esto.
La educación es el combustible que nos permite movernos a muchos destinos, muy diversos y plurales. Sin educación es muy complicado tener opciones. Esa es sin duda la riqueza de la educación. Multiplicar las opciones, las alternativas de futuro.
Fundamentalmente porque una de las herramientas que aporta la educación es el desarrollo del pensamiento crítico que nos permite reflexionar con criterio y tal y como leía al Dr. Fuster “el no reflexionar nos llena de negativismo”. Con esta frase Valentín Fuster habla de la facilidad con la que nos creemos todo lo que nos cuentan, especialmente cuando las cosas son negativas. Si no somos críticos para hacer una lectura adecuada y ajustada, si no disponemos del tiempo necesario y de la energía para reflexionar seremos víctimas de la queja y del negativismo.
Me encantaría que este joven se hubiera quedado con las dos ideas más importantes que intentamos compartir con él.
La primera es la idea de que en su decisión debe escuchar siempre a lo que sus tripas le digan. Que no se deje llevar por el debe y que escuche qué es lo que quiere. Esto va fuertemente ligado al talento que, descubierto o no, todos tenemos. Ese talento es quien nos debe marcar el camino.
La segunda idea y que a mi me ha ayudado mucho es que uno no está obligado a dedicar toda su vida profesional a aquello que ha estudiado. No podemos ser esclavos de lo que decidimos estudiar con 18 años. Precisamente la educación, como combustible de nuestro desarrollo nos permite abrir puertas y ventanas a nuevas posibilidades que eran desconocidas para nosotros.
El gran regalo del ser humano es un cerebro capaz de aprender hasta que muere y la responsabilidad de cada uno de nosotros es comprometernos con nuestro talento. Solo de esta manera conseguiremos que el aprendizaje nos lleve a lugares que podían resultarnos imposibles, simplemente porque los recursos de los que disponíamos eran insuficientes para poder ver más allá de lo que nuestros ojos podían ver.