A finales de la década de los 60, el psicólogo Walter Mischel realizó en la Universidad de Stanford un estudio con niños de 4 años de edad. Dicho estudio consistía en sentar a los niños individualmente en una sala en la que había una mesa donde un investigador les entregaban una golosina. Les decía que podían comérsela de inmediato si eso era lo que querían. Sin embargo, si eran capaces de esperar 15 minutos sin comérsela, recibirían dos golosinas en lugar de una.
Como os podéis imaginar hubo niños que no fueron capaces de esperar y se comieron la golosina antes de que regresara el investigador, aunque otros esperaron el tiempo pactado y recibieron el doble de recompensa.
Este experimento tuvo su continuidad catorce años después ya que se analizó a todos estos niños y se constató que, aquellos que se mostraron impulsivos y con bajo autocontrol, eran adolescentes con bajos umbrales de frustración y baja autoestima. Sin embargo aquellos que retardaron la recompensa mostraron señales de mayor competencia social y de un mayor nivel académico.
Este estudio abrió las puertas al estudio sobre la capacidad de la toma de decisiones así como el establecimiento del denominado Principio de éxito, que postula que las personas que son capaces de retrasar la gratificación son más propensas a tener éxito.
Posiblemente esto se replica en los casos de organizaciones que prefieren retrasar las recompensan inmediatas y cortoplacistas y tienen una mayor y mejor visión. Estas organizaciones son las que realmente pueden transformar los entornos en los que se mueven.
En varias ocasiones este estudio ha sido replicado. Os invito a ver este divertido video:
http://www.youtube.com/watch?v=6pZFZ2O6Fug
Este experimento me recuerda al antiguo cuento sufí del Bambú Japonés:
No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante.
También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada, halándola con el riesgo de echarla a perder, gritándole con todas sus fuerzas: ¡ Crece, maldita seas ! Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en no apto para impacientes: Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que el cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles. Sin embargo, durante el séptimo año, en un periodo de solo seis semanas… ¡la planta crece más de 30 metros!
¿Tardó solo seis semanas en crecer? No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.
Buen inicio de semana