“Todos nacemos originales y morimos copias” Carl Jung
Buscamos jóvenes profesionales que tengan curriculums excelentes, que estén sobradamente preparados y para ello hay que hacer un trabajo desde que son pequeños. Entonces llenamos las agendas infantiles de actividades extraescolares, idiomas e incluso exigimos chino desde el jardín de infancia.
“Cuanto antes empiecen, mejor”. Una frase que se repite de manera constante en muchos padres preocupados por preparar a sus vástagos para un mundo complejo. Les preparamos para una realidadque va a ocurrir 20 ó 25 años más tarde y de la que no tenemos ni idea de cómo va a ser. Les inscribimos a clases de informática para que aprendan un conocimiento que estará obsoleto en poco tiempo y se nos olvida que somos nosotros los inmigrantes digitales. Ellos ya son nativos digitales y no tendrán ninguna dificultad en aprender la tecnología.
De hecho muchos gurús de Silicon Valley prefieren que sus hijos no tengan contacto con la tecnología hasta pasados unos años. Sin embargo, cuando son jóvenes nos quejamos de que están desmotivados, que han perdido determinadas actitudes imprescindibles para triunfar en la vida. Y entonces, ¿dónde nos hemos equivocado? ¿qué se nos ha olvidado en el camino?
Nos equivocamos cuando pensamos que el aprendizaje consiste en someter a los niños a estímulos externos y disciplinarlos para que adquieran conocimientos. Tomás de Aquino ya hablaba de que existían dos maneras de aprender: una desde el descubrimiento y otra desde la disciplina.
Aquí radica la diferencia. Se nos olvidó el sentido innato que los niños tienen frente al asombro. Este es el efecto WOW. Cada vez que sobreestimulamos a los niños desde fuera hacia dentro, matamos la capacidad que tienen para asombrarse y descubrir. Es decir, para aprender desde dentro hacia fuera. Esa es la manera más poderosa de adquirir conocimiento. Después ya vendrá la disciplina para anclar esos conocimientos. El asombro de un niño es su motivación natural y lógicamente, si no le ayudamos a alimentar ese asombro es muy complicado que el niño sea capaz de motivarse frente a situaciones nuevas y desconocidas. Al perder la capacidad para asombrarse necesitará más dosis de motivación externa para estar activo. Y entonces entraremos en el campo de los incentivos externos, tan perniciosos per sé, ya que llegan a extraer la peor versión de los adultos.
¿Qué contextos favorecen el asombro y el descubrimiento de los niños? Fundamentalmente los contextos de juego libre, poco o nada estructurados que permiten que se estimule su curiosidad.
No es casualidad que un estudio realizado con ancianos demostrara la correlación entre curiosidad y esperanza de vida. Nuestro cerebro no deja de aprender si tenemos la voluntad para que continúe aprendiendo. Seguramente que esos ancianos curiosos fueron en su día niños curiosos que no dejaban de asombrarse.
Ser curiosos nos abre la puerta al conocimiento. Y un niño necesita descubrir a su ritmo, no al ritmo que le impone el adulto. El ritmo vertiginoso del adulto bloquea y estresa al niño dificultando su sentido del asombro, que requiere de un tiempo y de una intensidad adecuada.
De un niño podemos extraer dos claves para trabajar nuestra felicidad: Intensidad y asombro en cada pequeño momento del día.